
El encanto de este sitio reside en su simplicidad: buen trato al despachar, cañas y bocatas para llenar la barriga (no se complican mucho más la vida con la carta), y una atemporalidad maravillosa; el local vive ajeno a las modas y modernidades que tanto se dan por su calle; en El Palentino siempre es el mismo momento de la vida. Y eso es un poco lo que buscamos en un bar, ¿no? Un refugio, un abrigo, un abrazo amigo.

Otro de sus encantos, por supuesto, es la mezcla de gentes de todo tipo y condición que se da en el local: parroquianos ya un poco cascadetes, jóvenes sanos y con ganas de fiesta, maduritos modernitos, artistas, parados, alternativos, señoras de las de toda la vida… aquí se viene al repostaje, a la charla amiga, y a otra cosa mariposa. Aunque hayan intentado reclamarlo desde y para la modernidad, la falta de pretensiones de El Palentino es la mayor de sus virtudes. A base de no querer trascender, trasciende. ¡Chupáos esa, negocios de diseño!

Botellines a 1,20 €, bocatas a 2 € y no me preguntes más que ni me acuerdo ni importa demasiado, aquí se viene a arreglar el mundo botellín en mano, no a la alta cocina. Además, claro, de poder conocer a Casto Herrezuelo, el mítico camarero del Palentino (aquí puedes leer una entrevista la mar de interesante que le hicieron en El País).
Foto 2: El Palentino
En DolceCity Madrid: El Palentino