
El sitio es pequeño pero no demasiado, espacioso pero sin pasarnos. Aunque eso sí, cuenta con un techo altísimo del que cuelga, y esto no me lo invento, un columpio. ¿Qué tal eso como diseño moderno, eh? A mí me encantó. Además, tiene unas paredes así como de ladrillo, con fotos expuestas; sillas cada una de su padre y de su madre y unas lamparitas-bombillas que caen desde lo alto considerablemente cautivadoras. El sitio, para tomarse un café mirando al tendido, es estupendo.

Como digo, solo nos tomamos un café con leche, pero la comida tiene una pinta estupenda. O si no, a ver qué pinta os parece a vosotros que tienen cosas como un tataki de atún con ensalada de judías verdes y mayonesa de curry; crema de lombarda; milhojas de queso y tomate al orégano; lentejas con matanza; lubina rellena de mousse de mejillones; pastel tibio de verduras con vinagreta, etc.

Tienen un menú diario por 10 euros con su primero, su segundo, su bebida y su postre. Una alternativa (más barata) a otros sitios cercanos con mucha fama pero que a lo mejor luego no responden tan bien a la hora de la comida.

También tienen una cosa que es el “huevo poché” y que yo conocía como huevo escalfado y que me hacían mucho mis tías y mi abuela en el pueblo. Hace tanto que no lo como que me apetece venir aquí a por él. O a probar su terracita. Lo que está claro es que volveré.
En DolceCity Madrid: Juan Raro