
Sin duda, es un sitio que invita a la charla mientras tomas alguna cosita. Y no os mentiré si os digo que fui más a lo segundo que a lo primero (hay momentos que uno ya lo tiene todo hablando y solo quiere llenar el buche). Yo venía con ganas de un buen café acompañado de tarta sorpresa. Y mis deseos fueron órdenes.

El camarero me dijo que tomara asiento. Había mesas bajitas, íntimas, de luz tenue bajo unos cuadros de una familia en blanco y negro que te hacía sentir como en casa, aunque muy grandes para mi gusto, a veces observaba de reojo y parecía que me miraban fijamente. Prefería sentarme en una mesa compartida, de esas que sigues al dedillo la conversación de los de al lado, ese maravilloso entretenimiento cuando vas solo a un sitio (¡además es gratis!). Esta vez me tocó una pareja consistente en un guionista de Barcelona y una sastra de Madrid. Qué variopinto todo.
Pero yo a lo mío, seleccioné de la carta un café con leche espumoso y un pedacito de tarta de zanahoria que se deshacía en el paladar. La tarta resultó ser moderadamente dulce, no empalagosa; estaba suave y esponjosa como Bob Squarepants.

Por cierto, me llamó mucho la atención un cajón como aquellos que llevaban en galeras a remar, lleno de tapones de corcho de las botellas que los camareros iban abriendo. No sé si esto era decoración premeditada o improvisada, pero molaba. Un pajarito me ha contado que aquí hacen presentaciones de libros y reuniones clandestinas… quizá me anime a venir a alguna y me haga llamar “Marco”…
Fotos: Italiana_madrid
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