
Esta “era moderna” no desprecia sus orígenes, de ahí que mantenga su preciosa estructura original de hierro del siglo XX, lo que más llama la atención según entras. Pasado el asombro inicial, toca explorar el género: puestos de yogures helados, chocolates, ostras, libros (sí, de los de leer), tapas de Lhardy, pescado fresco, bocadillos y pulguitas, mozzarella artesanal, sushi, cerveza, encurtidos, chucherías, pasta, legumbres, productos delicatessen, vinitos, quesos, frutos secos, patatas fritas de las buenas, de las que dejan marca en el papel y lo vuelven translúcido; postres caseros, conservas.... Y por supuesto, varios espacios (Cafetería, Despacho de vinos, Beer House) donde descansar las piernas y tomarte una cerveza con tapa, o incluso comer.

Además de su estructura de hierro, destacaría las lámparas y las farolas; y los detalles de madera que unifican todos los puestos, dándole al mercado un aire elegante y clásico. Su acristalado le permite absorber todos los rayos de sol y gozar de luz natural en su interior. Estos cristales no estaban aquí en los orígenes del mercado, allá por 1847, cuando el Mercado de San Miguel no era sino un espacio al aire libre donde se vendía y se compraba a gritos sobre cajones dispuestos en el suelo, mayormente pescado aunque también otros comestibles.

Se techó en 1916 (también un 13 de mayo…) siguiendo la estructura de hierro del mercado de Les Halles de París. Fue la sociedad conocida como El Gastrónomo de San Miguel la que decidió apostar por este mercado cuando peor lo estaba pasando para relanzarlo como una especie de “Boquería en Madrid”. ¿Sus armas? Productos de temporada, tapeo en el propio mercado y horarios adecuados a nuestras tradiciones (¿¿un mercado que cierra a las doce y a las dos de la madrugada??).

Quizá no es tan “moderno” como el Mercado de San Antón, pero ahí está su encanto, en ser un mercado de los de antes sin dejar de estar a la vanguardia. Tengo pendiente el puesto de yogures, promete emociones dulces.
En DolceCity Madrid: Mercado de San Miguel