
Hay un autobús que os deja cerca, pero estaciones de Metro quedan todas lejos, así que o bien venís en coche (hay sitio de sobra para aparcar) o repetís mi paseíto. Que sí, que eché tres cuartos de hora andando, pero un sábado por la mañana en Madrid, con un sol pletórico y un airecillo tan agradable, ¿cómo resistirse a un buen paseo? Pero a lo que íbamos: al marisco. Mucho y bueno, confirmado.

Nos metimos entre pecho y espalda una imponente bandeja con un kilo de marisco. A saber: cigalas, gambas, gambones, langostinos y unas muy apreciadas navajas, con su limoncito por encima, con su cosita… ¡Ay, Mamá! El goce fue mayúsculo. Haré una confesión: el sábado, que fue cuando fuimos al negocio, me reconcilié con el marisco. Yo nunca he sido muy fan de las gambas & company porque, bueno, odio mancharme las manos mientras como. Y odio escarbar para encontrar una recompensa tan pequeña. Tan rica pero tan pequeña. Pero el sábado decidí interrumpir mi “huelga de manos caídas” y me puse a ello, a pelar, como un profesional, como si estuviera en una competición. Y mereció mucho la pena.

Hacía tiempo que no comía tan bien y el albariño de la casa completó un combo de lujo. Luego mi amigo se tomó una “muerte por chocolate” y yo un té. Sí, yo, el mismo que hacía rankings de las mejores tartas de zanahoria de Madrid. Pensé que con haberme reconciliado con el marisco ya tenía suficiente goce por un día.
En DolceCity Madrid: Valadouro