
Las mesas y sillas del local, que cada una es de su padre y de su madre y que como ya he de dicho son de diseño, son bastante bonitas y dan a entender con qué nos encontramos aquí: con una heladería elegante, de un rollito “gama alta”, o al menos gama más alta que las que solemos encontrar por la calle en Madrid y que no tienen sitio donde sentarse (sabéis a cuáles me refiero, la mayoría se ubican entre Preciados, puerta del Sol, Plaza Mayor…).

Como sabéis, en esta franquicia tienen helados artesanales, helados calientes, batidos, granizados, smoothies, tartas y gofres y un montón de dulces más; pero yo tan solo puedo responder por la “cañita de la abuela”, que fue lo que me tomé por recomendación de la camarera (una argentina encantadora) para acompañar un carajillo.

Sí, sí, un carajillo. Veréis, es que estaba rellenando mi “pasaporte carajillo”, esa iniciativa por la que visitando ciertos locales de Madrid te estampaban un sello al pedir un carajillo que podías tomar al precio de un café… en fin, una cosilla para entrar en el sorteo de un viaje que luego descubrí que me había caducado hace ya más de un mes y que andaba yo emborrachándome por los bares para nada. El carajillo pues bien, correcto, preparado como mandan los expertos carajeros, supongo.

Pero la cañita… ¡ay cómo estaba la cañita! Se trata de una pequeña caña de hojaldre rellena de crema pastelera, bien fría. El hojaldre bien crujiente y recubierto de azúcar, ¡hmmmmm! Tienen la opción de acompañarla con helado, que sí, debe ir de lujo, pero le quitará algo de brillo a la cañita. Por un mundo de cañitas de la abuela en solitario, amigos.
Por cierto, me acabo de enterar de que el primer y tercer jueves de cada mes dan clases gratis de swing, ¡qué locura!
En DolceCity Madrid: Giangrossi La Latina