
Además, la coproducción con Alemania nos sienta particularmente bien, nos centra. Talento y eficiencia todo en uno. Una especie de ‘Deliciosa Martha’, también culinaria, pero con la pasión nuestra latiendo por debajo. Toda una mezcla sugerente de sabores.
Y por primera vez que uno recuerde, algo nacional se acerca a la sobriedad más nórdica sin complejos, empatizando con lo nuestro, con lo que nos une. Sintiéndonos capaces de afrontar sentimientos románticos sin estupideces, sin exabruptos, como adultos, sin tener que soltar la patochada cañí de turno.
Por fin nos damos cuenta de lo entretenidos que son los intercambios de miradas cómplices en pantalla, el juego que da la química entre los protagonistas (magníficos Ugalde y la alemana Nora Tschirner, cuya mirada astuta llena la pantalla), lo bonito que quedan las conversaciones alrededor de un vino, o lo bien que sientan ciertos silencios y pausas. Esta película debía colocarse como pretendida brújula del cine al que aspirar.




Concretamente, me gusta de manera especial la nueva imagen que se da aquí del estereotipo español. Queda muy lejos de la ‘fiesta’ en general, del toro con banderillas encima de la tele y del gañán que persigue suecas. Se nos comienza a ver (espero) como un modelo de talento y eficiencia. Y se agradece. Ojalá atienda a una nueva forma de vernos y que nos vean. Esto no representa sólo un nuevo modelo de españoles por el mundo sino una nueva y demostrada capacidad de hacer historias sencillas, previsibles pero deliciosas, tiernas pero firmes, sensibles (les entrarán ganas de abrazar peluches y a mucha honra) pero más que aceptables.
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Sinceramente, con todos los macmenús de plástico que pululan por la cartelera repartiendo úlceras a destajo, esta película resulta ser todo un solomillo que llevarse al ajado paladar. Que aproveche.