
Armándome de valor solté una de esas frases inteligentes e incisivas que no se escuchan normalmente: Que silla más mona..¿No?. ¿Mona??- contestó la anfitriona. Es lo único que trajo mi marido de su piso de soltero y es horrible.
Pobre hombre, pensé. Si ese precioso mueble era símbolo de su buen gusto, el verse obligado a vivir entre sedas de color melocotón, lacitos y frunces, no debía de ser nada agradable. Decidí en ese mismo momento que algún día me haría con una, solo que todavía no se ha dado la conjunción de lugar donde comprarla y espacio donde ponerla.
La silla Barcelona fue creada por Ludwig Mies Van der Rohe para el pabellón alemán de la exposición internacional de Barcelona allá por 1929, de ahí su nombre.

Al principio Mies diseñó la silla Barcelona con su estructura en forma de L de acero pulido, y el asiento de piel de cerdo, pero en los años 50, cuando la empresa Knoll compró los derechos de producción, se le hicieron pequeñas modificaciones para fabricarla en serie. Hoy en día esta conocida empresa dedica parte de sus ventas de productos diseñados por Mies al Museo de arte Moderno, en Alemania.

Aunque pudiera parecer lo contrario, las sillas originales están casi en su totalidad realizadas a mano. Hay muchísimas imitaciones más baratas pululando por ahí, pero nunca tendrán la firma de Mies en ellas, ni podrá llamarse Barcelona, puesto que Knoll compro los derechos del nombre junto con los del diseño.
Yo he llegado a la misma conclusión que el filósofo del diseño Victor Papanek: Cada arquitecto o diseñador en sus comienzos se enamorará de esta silla, ahorrará hasta comprarla, y ésta, una vez en casa, traspasará su calidad de asiento para convertirse en objeto de culto.
Yo por mi parte el día que la tenga, no dejaré a nadie que se siente en ella.
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