
Suspirábamos porque la trigésimo octava película del director neoyorquino y yanqui renegado, Woody Allen, fuese capaz de hacer lo que mejor sabe hacer. Oscilante entre hacer un cero a la izquierda como en sus últimos insulsos proyectos hasta lograr las grandes aportaciones de sus comienzos tan característicos y algunos modernos como ‘Poderosa Afrodita’, rogábamos que en su incursión en España diese de sí su mejor perfil. Y afortunadamente así fue.
La postura, la conducta humana, tiene un poder de cercanía y emoción que ningún efecto especial podrá alcanzar nunca. Su identificación, su ridículo, su exageración. La identificación con un personaje de celuloide es el motor de vuelo de la imaginación. Primero hay que abrochar el cinturón del espectador atándole a algo que identifique para luego conseguir el despegue imaginativo.
La exploración psicológica es la base de esta obra y es una joya. Cuatro personajes, cuatro formas de encarar las relaciones sentimentales y amorosas y todo ello enmarcado en un encuadre barcelonés de ensueño.
Luego, los detalles, esas pequeñas intencionalidades que son tan importantes y que aquí sí hay: Todo comienza con una voz en off, que en un principio suena tan forzada como todas las voces en off, pero con el paso del metraje, se va tolerando mejor y a veces da hasta cierto toque de humor fino en su discurso distante. Hay detalles geniales de ingenio ‘made in Allen’, tan típicamente desapercibidos y tímidos como talentosos. Como aquel ‘-Cariño, estoy embarazada-, ¡anda, no exageres!-‘de su inicial ‘Coge el dinero y corre’, aquí tiene golpes como refiriéndose a un cuadro abstracto ‘-En realidad esta boca abajo-‘, que parecen indiferentes a simple vista, pero que beneficia y mejoran en su revisión. Además cuenta con unas pocas frases que son una afiladísima y sincera crítica al modo de vida norteamericano, tan material y moralista, se llega a decir (me se caían lágrimas como puños). Expresando con un solo cambio maestro de plano en una conversación de pareja, plasmado gloriosamente; una joven hablando desde un entorno bucólico, romántico, histórico y europeo y su prometido entre fríos rascacielos y grúas industriales norteamericanas. Hacía tanto tiempo que no se usaba la imagen con la intención de algo… (suspiro). Sólo la composición de la figura y apariencia del personaje del prometido pijo norteamericano es una lección de descripción perfecta con apenas un par de imágenes y un par de frases.
También tiene dos secuencias para la historia: Uno de los mejores planos-contra-planos (que suena muy técnico pero es cambiar de un personaje al de enfrente) en una cafetería entre tres personajes que reaccionan muy distinta y cómicamente ante la vida amorosa de la confesante. Y la otra es el maravilloso enfado monumental que coge la pareja Bardem-Cruz ante la marcha del personaje de Johansson. Apoteósica.
Inevitable por alusiones comentar la visión del maestro de nuestro país. Localizaciones de ensueño y encuadres preciosos sólo realizables por un enamorado de Europa y de España, aquí no viene a poner señales de ‘Alto’ en vez de ‘Stop’ como ‘En el punto de mira’, pero sí que muestra una Asturias excesivamente ‘andaluzada’ (¿Sol luminoso y guitarreo flamenco por Oviedo?) acompañan demasiadas guitarras tópicas cañís por el paseo turístico de la cámara, pero en fin, no todo iba a ser perfecto.
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Y por supuesto, las interpretaciones. Lo primero que la elección del reparto es más que apropiada. Todos y cada uno clavan un papel que parece hecho a medida de cada forma de ser. Desde un genial Bardem y Johansson hasta Rebecca Hall sacando una cabeza a su genial pijo prometido, Chris Messina, que es que más apropiado es imposible.
Y hay dos partes diferenciadas: antes y después de Penélope Cruz (de la cual se podrá dudar en su faceta rosa y social pero no en que es una gran y luminosa actriz). El galanteo inicial de Bardem con las dos turistas norteamericanas, que es glorioso, una genial barajadura de composturas opuestas, con sus debilidades y ternuras; y luego la irrupción del personaje de Cruz, tan morena y oscura que atrapa la luz, la atención y la mirada. Inmensa en un personaje inmenso.
Que así da gusto. Que es una gozada sorprenderse con las diferentes y originales formas humanas de encarar las relaciones, de la mano de un director que ha vuelto a hacerlo como sabe, inundando de detalles sus magistrales descripciones psicológicas. Vicky y Cristina en Barcelona. El caos aparente y el orden también aparente, encarando la vida.