
Una deliciosa caricatura de lo burgués y refinado que se acaba autorretratando como hueco en una clara apuesta por las cosas pequeñas, por los cotidianos placeres. Cosas como mover tu ventana para que su reflejo haga que un pájaro cante o apuestas entre chavales para ver quién es el próximo transeúnte en pegársela contra una farola mientras comen buñuelos. Otro tiempo sí, pero al fin y al cabo una apología atemporal sobre la intensidad y originalidad de la vida real lejos de complejos mecanicismos.
#video#
Originalidad en estado puro, con una de las viviendas más inolvidables del cine, un plano entero del edificio por el que vemos escalar al protagonista hasta alcanzar su peculiar ático. Un personaje irrepetible que nunca sobrepasa las dos o tres frases murmuradas de diálogo mientras que el ruido y la gente van girando sobre él en otra dimensión ajena (como ver toda la fuerza del cine mudo rodeado del ajetreo sonoro, siempre extraño). Una simbología (esa casa con ojos…), un significado de las imágenes y unos aspavientos que hablan por sí solos. Un inolvidable paseo por aquellas calles de Francia, míseras y preciosas, llenas de luz y de vida (es como un continuo cuadro impresionista en movimiento); destacadas por encima del refinamiento, el clasicismo y la modernidad civilizatoria hueca. Un mensaje atemporal de todo un clásico.