
Lo primero que notas al entrar por la puerta (bueno, por las escalerillas, hay que subir una planta para llegar al restaurante) no son los olores, sino la decoración. Terciopelos, alfombras y largas telas, cerámicas (venden muchos más objetos de los que tienen expuestos en la planta superior a la del restaurante), oros con incrustaciones, cristales con ¿piedras preciosas? Puede que no, pero en cualquier caso, se han dejado los cuartos en ambientar el local.

Para ponerte manos a la obra al engullimiento en cuestión tienen mesas, sillas, banquetas, sofás y bancos tan pequeñitos como acogedores, con cojines por aquí y jarrones por allá; las luces son tenues y todo invita a pasar aquí una velada con el objeto de vuestro afecto (me refiero a vuestro novio o novia, no a vuestra página de Facebook, malditos adictos…).
La comida está, sencillamente, de rechupete. Para que andar con términos rebuscados cuando podemos explicar las cosas en román paladino. Mi novia y yo acabamos nuestras viandas y dejamos los platos tan relucientes que dudo mucho que el kitchen-porter -friegaplatos- tuviera que lavar los nuestros (… aunque por una cuestión de higiene sería aconsejable que lo hubiese hecho).

En platos tienen variedades de Tajine, recetas de pollo, ternera o cordero con muchas especias que se sirven en recipientes de barro en punta para que la comida conserve la humedad, se cocinan siempre a fuego lento para intensificar los sabores naturales; Bastilla, especie de pastel con pollo, huevo y almendra picada con canela y azúcar; Pescados y Vegetarianos. La cena te saldrá por unos 20 euros, pero merecerá la pena cada euro que gastes.
En DolceCity Dublin: El Bahia