
La destilería Jameson es, mayormente, un museo. Con recorrido, con guías explicándote por dónde seguir la visita y qué hacía ese señor de cera cuando estaba trabajando en la elaboración del brebaje en cuestión; con bar y tienda de regalos, etc. Aquí, destilar, ya no destilan nada. Pero lo hacían. Y conocer cómo lo hacían es apasionante y mucho más entretenido de lo que uno podría pensar.

La reconversión de una fábrica de whiskey en museo es impresionante: el bar de la entrada parece uno de estos sitios lujosos de los hoteles de las películas, y los tabiques de madera, barriles de alcohol y demás útiles para preparar el Jameson se han reutilizado como decoración de forma muy inteligente.

En comparación con la fábrica de Guinness (otra visita imprescindible por muy turística que sea, las vistas de Dublín desde su azotea son impresionantes), la de Jameson tiene un puntito más de encanto y el recorrido se me hizo más rápido y me resultó mucho más ameno y didáctico (eso o es que me embaucaron con ese Jameson con cola que me dieron al final… ay, qué difícil es encontrar esas proporciones perfectas que me dieron en el combinado).
Tienes además un restaurante (de precios bastante elevados) y la posibilidad de combinar el tour con una cena y un baile típico irlandés reservando por teléfono.
En DolceCity Dublin: Old Jameson Distillery









