
El Palau Güell está situado en una angosta calle del Raval, justo al lado de las Ramblas, y esta ubicación es lo primero que choca al visitante, pues la dicotomía entre la opulencia de la obra de Gaudí con la pobreza que se respira en la zona es un tanto incómoda. Yo no me encontré demasiada cola en la entrada y, dentro, los turistas se dispersan en el ambiente de tal forma que uno puede admirar los distintos detalles con tranquilidad y tomar las fotos que quiera sin (demasiadas) molestias. El palacio cuenta con tres pisos, más la azotea y el sótano, un espacio mágico donde en los orígenes se situaban los establos y al que se accedía con los caballos por una innovadora rampa helicoidal.

Una vez en la zona noble, todo rezuma casta y riqueza, ya sea por los materiales utilizados como por la trabajada ornamentación de techos y paredes. Aunque el conjunto se puede considerar sobrio, convirtiendo a cada espacio en una especie de santuario gracias a la iluminación conseguida y la falta de elementos de mobiliario y demás. Y es que la reforma llevada a cabo subraya la labor de Antoni Gaudí como arquitecto y creador de ambientes, más que recrear el edificio de la época. El recorrido finaliza en la azotea donde el siempre imaginativo Gaudí consideró a las varias chimeneas como elementos decorativos, como más tarde haría también en la Casa Milà. Desde arriba y con las casas colindantes tan cerca, la perspectiva cambia y el panorama se torna un tanto desolador. La magia creada por Gaudí se desvanece de golpe a favor de la multiculturalidad del Raval y su bullicioso día a día.
En DolceCity Barcelona: Palau Güell