
Mientras me visto a toda prisa, suena el teléfono. Es Marga, esa amiga que siempre esta ahí cuando una la necesita. Hoy me propone una sesión de Flotarium. ¿Flotarium? ¡Encantada! Voy a estar al día de lo que se cuece en mi ciudad. Soy un bicho urbano sin ningún remedio.
Después del trabajo estoy realmente cansada, pero mi curiosidad puede más. Y ¡menos mal que no lo he anulado! Esta noche por fin dormiré ocho horas seguidas. He estado en el primer centro antiestrés de gravedad cero, en un habitáculo que parece un pequeño ovni en el que me daba miedo entrar por aquello de la claustrofobia, pero me han explicado que en cualquier momento puedo abrir la puerta y salir de allí, puedo poner música o permanecer en silencio y puedo escoger la oscuridad o la luz sólo apretando un botón desde dentro.
Una hora flotando en una solución de 600 litros de agua y 300 Kg de sales Epsom (sulfato de magnesio) que, como están a la misma temperatura que mi cuerpo, me aíslan de los estímulos sensoriales que nos rodean.

Volviendo a casa me doy cuenta de lo estúpida que soy a veces. A diferencia de lo que pensaba, una hora ha pasado volando. Tenía la mente en blanco y mi cuerpo apenas pesaba, estaba tan sumamente relajada que he perdido el mundo de vista. Ahora, sólo pienso en preparar una romántica cena con velas y acurrucarme en el sofá con mi pareja.
La experiencia vale la pena.
En DolceCity Barcelona: Flotarium